el difícil arte de callar

Me divierte la evidencia
del deseo que mascullas
de atravesarme con tu gran
odio.
Cuidado,
te estás manchando los labios.

Crees que tus palabras son granadas
pero cielo
no son más que bumerans
que sorteo y chocan contra el pecho.

Llevo los brazos abiertos
y un silencio anidando en las córneas,

así que te aconsejo usar la lengua
contra algo más húmedo y blando
que un teclado.

Tú dame tus palabras romas
que ya me encargo yo de darles punta
(¿desde cuándo el alumno enseña al maestro?)

Ahora olvida cuánto sabes de retórica
y haz que me vaya,
pero contigo y sólo un ratito.

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